HOMICIDAS ASESINOS


¿Existe algo más terrible que el asesinato? ¿Hay algo peor que arrancar la vida a otro ser humano? Sin embargo, la práctica de sacrificios humanos con fines mágicos y/o religiosos se encuentra en numerosas culturas. Desde el judaísmo del Antiguo Testamento hasta las ofrendas humanas de los aztecas, pasando por todas las religiones sincréticas de origen africano, los esoteristas y religiosos de medio mundo han considerado aceptable matar a otras personas en honor de sus respectivos dioses.

A mi juicio, un dios que exige el sacrificio de una vida, sea vegetal, animal o humana, se convierte en un dios miserable y tirano. Por desgracia, los ritos esotéricos, desde la santería al satanismo, con frecuencia utilizan el derramamiento de sangre, generalmente animal, en sus ceremonias.

Desde mi punto de vista, absolutamente ningún credo, rito o filosofía justifica el sacrificio de una vida. La entidad, divinidad o espíritu que solicita ese holocausto es un canalla infame; y el sacerdote, oficiante o médium que ejecute el sacrificio, un granuja imbécil y patético. Y no me importa que el dios se llame Alá, Jehová, Kali o Exú. Todos son igual de imperdonables.

Hablan las sacerdotisas satánicas

Durante mis investigaciones sobre el culto al diablo conocí a numerosos sacerdotes y sacerdotisas satánicos. Y lejos de tratarse de una colección de dementes y visionarios, que también los hay, tras muchos de esos cultos descubrí una filosofía que pretende justificar actos a veces injustificables.

Montserrat F., una de las sacerdotisas con la que tuve una relación más estrecha, me sorprendió especialmente. Durante una conversación, le pregunté hasta dónde sería capaz de llegar por su fe en Satán. Su respuesta me dio escalofríos: «Me gustaría quedarme embarazada para ofrecer a mi propio hijo a Satanás; eso sería una prueba de mi fe en el diablo…». 

Para esta mujer, que lideraba una hermandad satánica en España, los sacrificios humanos son una posibilidad aceptable en sus creencias. Esto puede parecernos hasta cierto punto lógico, teniendo en cuenta que hablamos de una adoradora del diablo. La profunda ignorancia que existe sobre este complejo tema nos hace creer que es normal que un satanista sacrifique niños. Sin embargo, este caso me permite hacer dos reflexiones sobre los tópicos con los que nos enfrentamos a las creencias de los demás. 

Por un lado, en contraposición a Montserrat, también conocí a sacerdotisas satánicas, como Raquel Joana que, como ocurre con chiíes y suníes en el islam, o con católicos y amish en el cristianismo, tenía una forma totalmente distinta de vivir la misma fe que Montserrat: el satanismo. Raquel lideraba un culto satánico en Barcelona, inspirado en la Iglesia de Satán de Anton LaVey, que solo hacía ofrendas florales al diablo, y que no permitía ni siquiera dañar a los animales. 

Y en segundo lugar, lo cierto es que los sacrificios humanos, directa o indirectamente, se dan en creencias totalmente opuestas a las satánicas y en todo tipo de contextos. 

Un testigo de Jehová, que por definición se proclama cristiano, preferiría morir antes de aceptar una transfusión sanguínea. Esta actitud absurda está originada en una interpretación literal de dos citas extraídas del Pentateuco. Para un testigo de Jehová, lo escrito en el Deuteronomio, por ejemplo, es un dictado literal de Dios. Y en su fundamentalismo religioso entiende que «la sangre es solo para Yahvé». Así pues, será preferible morir en virtud que sobrevivir en pecado. Se trata de un ejemplo perfecto de anteposición de las creencias al sentido común. 

Lo más grave del caso es que existen numerosos casos de padres testigos de Jehová los cuales han preferido que un niño necesitado de una transfusión muriese, antes que consentir esa operación. De hecho, sucede con relativa frecuencia que médicos, e incluso jueces, hayan tenido que contrariar la decisión de padres testigos, autorizando una transfusión para salvar la vida de un menor. ¿No es eso un sacrificio humano a causa de una creencia religiosa? ¿O acaso el homicidio por omisión no es un delito igual de deleznable que el mismo asesinato? 

Pues bien, los archivos están desgraciadamente repletos de asesinatos y crímenes cometidos a causa de las creencias fanáticas en todo tipo de magias, esoterismos y cultos misteriosos. 

Me consta que las comisarías de Policía y los cuarteles de la Guardia Civil de nuestro país están repletos de denuncias relacionadas con lamentables «crímenes esotéricos». Una pretendida influencia diabólica, el karma de la reencarnación anterior, la inspiración angélica, el vampirismo, la licantropía, o un mandato divino de tal o cual espíritu pueden ser detonantes de los más brutales asesinatos. Una ojeada superficial al archivo nos horrorizaría: 

— El 30 de noviembre de 1986, Pedro Ruiz Arcos, de veintitrés años, asesinó a martillazos en la cabeza a su madre, en Málaga, actuando por una «orden divina». 

— En enero de 1987, Álvaro Bustos, conocido cantante apasionado por el ocultismo, asesinó a su padre clavándole una estaca de madera en el corazón, estaca que previamente había embadurnado con ajos y sal, ya que «era un vampiro». Después, le cortó los tendones para evitar que pudiese caminar en otra reencarnación. 

— El 29 de octubre de 1987, José Fernández Pareja violó y estranguló a una niña de nueve años. Posteriormente, este miembro de la Iglesia evangélica afirmó que había cometido el asesinato inspirado por el diablo. 

— El 4 de abril de 1988, Miguel Martínez acuchilló a su esposa, en Santiago de Compostela, para después arrancarle los ojos y el corazón en un bárbaro ritual. Según el acusado, su mujer era una vampiresa de grandes poderes telepáticos. 

— En noviembre de 1988 eran detenidos dos jóvenes en Alicante por haber dado muerte a un amigo de dieciocho años en un ritual mágico. El cuerpo del joven, muerto por arma blanca, apareció en el frontón de San Fulgencio con el cuerpo cubierto de pequeñas heridas en forma de cruz. 

— El 16 de noviembre de 1988, Amador Gómez Sanz asesinó a su padre asfixiándolo, porque «estaba embrujado». 

— El 26 de julio de 1989, José Martínez Baña, vecino de Serra de Outes, asesinó a golpes de hacha a su vecina, influenciado por la consulta a unas videntes, quienes le aseguraron que estaba hechizado por alguien cercano. 

— El 31 de mayo de 1991, Rafael Prada Rodríguez disparó a quemarropa a la cabeza de su hijo de diecisiete años. Según la declaración policial, el agresor vio en su hijo la imagen de un ser maligno. 

— En septiembre de 1991, una súbdita portuguesa agredió con arma blanca a un joven de raza gitana en plena plaza viguesa. La mujer salió a la calle ese día con la convicción de que espíritus y entidades la perseguían y acuchilló a la primera persona que encontró en su camino. 

— En mayo de 1992, Alfonso T., de treinta y un años, asestaba trece puñaladas a su madre, causándole la muerte. También hirió a su padre «por mandato divino». Ya en las dependencias policiales de Las Ventas (Madrid), afirmó ser la reencarnación del rey David y tener que cumplir una misión bíblica matando a sus padres. 

— El 9 de noviembre de 1992, María Luisa Lamas Rodríguez mataba a golpes a su madre. María Luisa se creía la reencarnación de la Virgen María, y no soportó que su madre le negase ese hecho. 

— El 28 de agosto de 1993, Pedro Romero Fernández, de veintiún años, mató a su padre a puñaladas tras recibir una «orden telepática» de unos monjes esotéricos. 

La lista sería interminable. Con demasiada frecuencia, psicópatas y psicóticos encuentran en el mundo del ocultismo campo abonado para manifestar su delirio. Sin ir más lejos, el 17 de enero de 1992 mi propio padre, que también se llama Manuel Carballal, era agredido con arma blanca por un psicótico con antecedentes esotéricos al grito de «¡soy satánico!». En una carta que el agresor había escrito con anterioridad, afirmaba escuchar voces paranormales en su cabeza y tener visiones de su padre y de su hermano, ya fallecidos. 






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